- Los [II] cuartos (infame) esclavitud [en la ruta de la seda]
- Primera edición: marzo, 2023
- ISBN: 978-84-126868-6-9 / Depósito Legal: M 7284-2023
- Mercurio Editorial / Colección Candilejas n.º 6
- Bibliotecas: BICA.
«La tierra es redonda como una naranja».
«Sin la vigilancia y los cuidados de Úrsula se dejó arrastrar por su imaginación hacia un estado de delirio perpetuo del cual no se volvería a recuperar. Pasaba las noches dando vueltas en el cuarto, pensando en voz alta, buscando la manera de aplicar los principios del péndulo a las carretas de bueyes, a las rejas del arado, a toda la que fuera útil puesto en movimiento. Lo fatigó tanto la fiebre del insomnio, que una madrugada no pudo reconocer al anciano de cabeza blanca y ademanes inciertos que entró en su dormitorio. Era Prudencio Aguilar».
«Cuando estaba solo, José Arcadio Buendía se consolaba con el sueño de los cuartos infinitos. Soñaba que se levantaba de la cama, abría la puerta y pasaba a otro cuarto igual, con la misma cama de cabecera de hierro forjado, el mismo sillón de mimbre y el mismo cuadrito de la Virgen de los Remedios en la pared del fondo. De ese cuarto pasaba a otro exactamente igual, cuya puerta abría para pasar a otro exactamente igual, y luego a otro exactamente igual, hasta el infinito. Le gustaba irse de cuarto en cuarto, como en una galería de espejos paralelos, hasta que Prudencio Aguilar le tocaba el hombro. Entonces regresaba de cuarto en cuarto, despertando hacia atrás, recorriendo el camino inverso, y encontraba a Prudencio Aguilar en el cuarto de la realidad. Pero una noche, dos semanas después de que lo llevaron a la cama, Prudencio Aguilar le tocó el hombro en un cuarto intermedio, y él se quedó allí para siempre, creyendo que era el cuarto real».
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad (1967)
Como en el sueño de los cuartos infinitos, bajo el castaño, José Arcadio Buendía, sentado y alejado de la realidad, comienza a ir de monólogo en monólogo para intentar poner en marcha, a través de los recuerdos, una nueva empresa colectiva que le permita refundar Macondo.
Los siete primeros capítulos de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez (1967) son el sustento de esta recreación literaria de naturaleza lírico-divulgativa que nació con el propósito de homenajear la novela e invitar a su lectura y relectura, y que ha servido de inspiración para que el dramaturgo Nacho Cabrera Guedes preparara, para su compañía Teatro La República, el libreto de Colacerdo (2023).
(Infame) esclavitud…
Vine a por él, señor. Mató a mi padre. En Riohacha. Con una lanza cebada. Todos lo vieron. Y todos oyeron en la gallera donde velaron su cuerpo la amenaza. «Te voy a matar», dicen que dijo. Mi madre estaba embarazada cuando quedó viuda. Quiso vengarse, pero estaba a punto de parirme y esperó. Luego, no pudo: el asesino, su mujer y algunos más se fueron del pueblo. Dicen que cogieron el camino de la sierra y que la atravesaron. No lo sé. Yo he llegado bordeando la costa. Mi madre enloqueció al saberlo. Una india guajira que había sido acogida por ella cuando no tuvo donde parir a sus mellizos la llevó hasta un gitano que paraba por esos días en el pueblo. Él se limitó a decir que buscaran en la casa abandonada. No sabían qué, pero no importaba: «Las cosas tienen vida propia, todo es cuestión de despertarles el ánima», dicen que les dijo. «Lo que tenga que ser, aparecerá». Miraron habitación por habitación, alacenas y roperos, bajo los cobertizos y en el cuarto de aperos. Finalmente, dieron en el patio con la lanza. Estaba medio desenterrada. Los perros la habían ido sacando poco a poco, encendidos por el olor de la carne. Junto a ella vieron varias cabezas de gallos de pelea. Mi madre colocó el arma en un lugar destacado de la casa. En la salita de las visitas. Frente al sillón donde bordaba en bastidor junto con sus hermanas y mis primas. Nunca me dejó cogerla. Me la señalaba y con un sentencioso «todavía no» volvía a sus quehaceres. Cuando tuve edad de saber lo que esperaba de mí, me asintió con la cabeza. Me contó cómo había muerto mi padre y quién le quitó la vida. Supe luego de la guajira y el gitano, y de cómo durante mucho tiempo consiguió aplacar sus deseos de venganza porque el ánima de mi padre se le aparecía. Mantuvieron esta convivencia marital imposible hasta que nací y vio que no había engendrado una iguana ni un hijo con cola de cerdo. Una noche se le apareció en sueños y le dijo que se tenía que ir. Mi madre le preguntó que adónde y él dijo que a Macondo. «Me dejas sola», «Tienes a Prudencito», y yo mamaba de la teta ajeno a este compromiso con el que pasé mis primeros años y mi juventud hasta ese «ahora sí» que me ha traído hasta aquí. José Arcadio Buendía mató a mi padre. Me lo dijo mi madre siendo yo chico. Me enseñó a odiarle; tanto, que aprendí a rezar pronto para salvarme de la ira que iba acumulando. Lo maldije y me prometí buscarlo para acabar con él. Le clavaría una lanza. Ojo por ojo. Ya muerto, cogería y arrastraría su cuerpo por la selva de regreso a Riohacha, cavaría su tumba junto a la de mi padre y allí lo dejaría. Así tendría mi padre la oportunidad que no tuvo de matarlo nuevamente. Dos muertes seguidas, una detrás de la otra, era lo que se merecía aquel malnacido. Cuando tuve edad suficiente, salí a cumplir con mi promesa. Crucé la sierra. Llegué a Macondo. Pregunté por él. Me dijeron dónde estaba. Vi a su mujer. Vieja, dando órdenes, gobernando aquella casa que olía a estiércol. A él no lo vi. Esperé a que anocheciera, cuando todos durmieran, cuando la guardia estuviera baja. Si tenía que matarla a ella, pues que también cayera. Entré. Todo estaba en silencio. Desde una ventana, divisé la silueta de un castaño y alguien sentado apoyado al tronco.
Monólogo 1. Prudencio Aguilar; evocaciones a Nicanor Reyna, Pietro Crespi, Remedios Moscote, Apolinar Moscote, Alirio Noguera y Francisco el Hombre.
Monólogo 2º. Melquiades; evocaciones a Rebeca Buendía y Pilar Ternera, y a los ya nombrados.
Monólogo 3º. Úrsula; evocaciones a Arcadio Buendía, Santa Sofía de la Piedad y Gerineldo Márquez, y a los ya nombrados.
Monólogo 4º. José Arcadio, Aureliano y Amaranta; evocaciones a los ya nombrados.
Monólogo 5º. José Arcadio Buendía; evocaciones a los ya nombrados.
…[en la ruta de la seda]
Vine a por él, señor. Pero al final lo dejé ahí, donde siempre, bajo el castaño y con su delirio, con esa infame esclavitud que le hacía creer que siguiendo la ruta de la seda hallaría la paz.
Muchísimas gracias a Gabriel García Márquez por Cien años de soledad; a Enrique Mateu de Villavicencio por “Infame esclavitud”; a Kitaro por “Silk road”; a Nacho Cabrera Guedes por estos cuartos que en su origen mucho le deben; y, cómo no, como siempre, a Jorge A. Liria Rodríguez y Patricia Franz Santana, por tanto y por estar conmigo cuando se hizo realidad el principio de todo lo que nos convoca en estas páginas: Los cuartos y los finales (2019).